Monday, October 02, 2006

El Vagabundo

Realmente no pensaba escribirte más. No me interesa defenderme, de hecho, me agrada tu desprecio y quizá sería mejor que siguieras pensando lo que ahora piensas de mí. Pero quizá no...

Voy a hablarte con la más completa sinceridad, como siempre lo he hecho, aunque quizá ya no quieras saber nada. Pero bueno, esa será tu decisión. Repito, esto no se trata de eximirme mi conciencia de culpas como piensas.

Has visto muchas cosas de mí, y no las niego, si miras bien, verás que por el contrario siempre las he afirmado.

Ciertamente, la idea de que sigan mi camino es una idea atractiva. Es cuestión de inseguridad, narcisismo e incluso, soledad. Pero yo no pretendo forzarte a que aceptes estar sola por el resto de tu vida sólo para que aceptes mi visión de las cosas. Es simplemente que en mi experiencia, he aprendido que no es aconsejable depositar tu felicidad en la compañía de otra persona. No sólo por todo el sufrimiento que eso significa sino porque a la final lo que estás haciendo es usar a la otra persona para llenar tus carencias y esa idea no me agrada. A mí me quemó tanto la soledad, el tener frente a ti a alguien que significa todo para ti, esa 'otra rata en la jaula' y saber que no, que entre esa rata y tú nunca habría una 'juntedad', un 'nosotros', ninguna historia juntos, ni siquiera el simple roce de un dedo... Por mucho tiempo, lo único que quise, era precisamente algo que no podía tener. Siempre queda la duda, ¿es peor haber amado y perdido que nunca haber amado? quizá ambas sean igual de terribles, pero no puedo evitar pensar que aunque el primer caso quizá sea más doloroso, en aquel al menos tienes el atenuante de que, hubo algo, aunque sea por breves momentos, pudiste saborear tu sueño, mientras que en el segundo caso solo tienes la desolación de una puerta que nunca se abrió y que sabes que nunca se abrirá, y tú sólo la ves desde afuera... Y hace frío... Y pasan los años y cuando crees que ya has olvidado esa puerta, se te aparece en un sueño, con la única intención de que recuerdes, de que no olvides, que es una puerta que no se abrirá. Nunca jamás. Una puerta que fue hecha sin una llave. Lo peor es cuando encuentras otra puerta y te pasa lo mismo... Llega un punto en que eso de andar buscando puertas se te hace absurdo. Te preguntas cual es el sentido de ir por ahí queriendo entrar en una casa ajena y que te reciban como un amigo y sientas calor de hogar. Se te hace absurdamente absurdo. Empiezas a decirte "pero después de todo, caminar bajo la lluvia no es nada malo...” Y te conviertes en un vagabundo. Sin hogar, sin techo, siempre afuera, caminando. Libre. Cuando yo ya había decidido que no iba a buscar más puertas porque en realidad ya no me llamaban la atención, pasé por un castillito de lo más coqueto. Con paredes de cascarita de huevo y una puerta de algodón. Me acerqué porque me pareció hermosísimo y curiosamente cuando estaba detallándola, sin hacerme ilusiones de querer entrar porque aunque la idea me gustaba, ya yo no esperaba que ninguna puerta se abriera, alguien abrió y me dijo "¿quieres pasar? hace frío allá afuera y me caería bien una compañía" ¡y yo no me lo creía! Quedé perplejo entré. Porque me gustaba la idea. En verdad me gustaba. Y que más me hubiese gustado que poder haber permanecido allí mucho tiempo, y disfrutar de la calidez que allí encontré. Pero me había convertido en algo frío, y no hallaba placer alguno en la calidez. En vez de agregar calor, mi presencia en aquel castillito lo recorría como una brisa helada. Y créeme, que esto para mi fue muy desconcertante porque yo toda la vida quise entrar en alguna casita ¡y este castillito era de lo más fenomenal! Y la compañía no podía ser mejor. Y yo no entendía entonces que pasaba y me empecé a figurar infinidad de cosas. Ahora creo saberlo. Me había convertido en un vagabundo, y mi sitio ya no estaba bajo un techo. Y esto era una tragedia, obviamente. Para ambos. La ironía era que, de una u otra manera, las puertas no parecían haber sido hechas para mí. Ya fuese abiertas o cerradas. Chiquitas o grandes, hermosamente decoradas o solo barrotes; yo, más que alguien libre, era un exiliado. Y el exilio es curioso, porque al estar afuera puedes parecer libre, y en cierta forma, lo eres, si así lo asumes, pero la diferencia entre ser enviado al exilio y ser enviado a prisión es que en la prisión te mandan adentro de unos muros y en el exilio te mandan fuera de los muros. O sea viene siendo como lo mismo pero con más espacio. Es como la celda más grande de la prisión, que precisamente no está dentro de la prisión sino que es todo lo que queda afuera. Los limites siguen siendo los mismos muros...

Yo mentiría si digo que me gustaría volver. Pero cada día recuerdo ese castillito. Y tu cara. Y toda tu rabia y tu dolor y tu desprecio no pueden sino recordarme tu calidez, por eso no puedo lamentarlos. No... No sigas el camino de este vagabundo. No tienes porqué. Yo solo quería que, aunque yo ya no estuviera contigo, o nadie más, fueras feliz en tu castillo, porque es muy hermoso para que la tristeza more en él. Y la pregunta sigue en pie: ¿de que sirve un castillo, si estás solo allí, sin nadie con quien compartirlo? Y aunque eso sea muy cristiano, le doy la razón. Quizá sí sirva de algo. Porque hay vagabundos, que están cansados de tanto caminar solos, y necesitan un lugar al que llegar antes de seguir su camino. Y mientras estén allí, las tragedias no existen. Como la historia de Calipso y Ulises en La Odisea. ¿Y quien quita? Algún viajero podría encontrar allí su destino. Lo que sé es que sin estos remansos, la vida de los vagabundos sería mucho más insoportable, y el mundo, mucho más detestable.



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